Aunque la expresión inconfundible se refiere a aquellos que entran en el seminario tras la primera juventud, hay casos en la historia dignos de mención y que demuestran que siempre es posible empezar cuando se tiene claro qué se quiere, cuando los ojos se abren y se comprueba que la búsqueda ha merecido la pena.

Nuestra gran santa Teresa de Jesús (1515-1582), tras veinte años como religiosa y a los treinta y nueve de su edad, descubre su verdadera vocación: la de reformadora; y pone en marcha su primera fundación rondando ya los cincuenta. San Francisco de Borja  (1510-1572) pasa de poderosísimo duque de Gandía a sacerdote jesuita (hijo espiritual del antes capitán Íñigo de Loyola, otra vocación tardía) cuando contaba ya con treinta y seis años, una edad provecta a juzgar por la esperanza de vida del siglo XVI.

No solo los santos han experimentado estas caídas del caballo: el genio español Miguel de Cervantes (1547-1616) pasó de funcionario, sirviente del cardenal Acquaviva en Italia, militar valeroso al servicio del rey de España, cautivo, espía… a publicar ya en su madurez, su primera obra literaria completa: La Galatea… El final ya lo conocemos. La inmortalidad llegó en el ocaso de su vida.

También hasta el siglo XX hay ejemplos parecidos, como el del genio de la pintura figurativa Francis Bacon (1909-1992), que empezó como diseñador de muebles y alfombras a finales de los años veinte. Tardo nada menos que veinte años en organizar su primera exposición como artista individual.

¿Qué identifica a las vocaciones tardías a un sueño o ideal?

  1. Su inquietud constante. “Monja inquieta y andariega”, llamaban sus coetáneos a Teresa. Esa falta de convencimiento pleno provoca salir de lo establecido y no conformarse.
  2. Su caminar zizagueante, pero siempre orientado, como un barco velero que aprovecha las ráfagas de viento para acercarse a la costa, describiendo zetas de distinta frecuencia para alcanzar destino.
  3. Su convicción inapelable de haber llegado. La in-quietud que mueve es la que al final provoca el encuentro con la vocación, la llamada, el eureka de lo que tanto se andaba buscando.

Juan Carlos Cubeiro, al que he rebautizado como el Ortega y Gasset del management en España, explica que no existen caídas del caballo: San Pablo pasó de ser un extraordinario propagandista anticristiano a ser un extraordinario propagandista cristiano. No existen caídas, sino procesos, y si bien ‘la cabra tira al monte’ (pido perdón por traer el dicho en este contexto, pero no encuentro una explicación más castiza), solo los que tienen inquietud logran zafarse de una vida a medio gas.

La edad ya no es óbice para cambiar. Siempre estaremos a tiempo de encontrar nuestro camino. Muchos nos han precedido en la búsqueda y muchos han descubierto aquello que la comodidad veta a los pusilánimes. “Si bien buscas, encontrarás” decía Platón, y san Lucasremacha: “…Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.” (Lc 11,10). ¿Qué mejor que ponernos en búsqueda, tengamos la edad que tengamos, sin conformarnos con lo que otros quieren para nosotros, que sí, que con buena fe, pero….?