Don Alfonso XIII, hijo póstumo de Don Alfonso XII y nacido Rey, fue presentado sobre una bandeja de plata el mismo día de su nacimiento por el presidente del Consejo de Ministros, a la sazón don Práxedes Mateo Sagasta. En razón de su estirpe y procedencia, un rey no puede cambiar su destino. Nace Rey (o príncipe) y, salvo abdicación o muerte, lleva toda su vida la condición regia. Con un líder, como quiero dar a entender, no sucede lo mismo.
Con frecuencia cada vez mayor, en mis clases, a los pocos minutos de explicar mi concepto de liderazgo basado en las teorías de Argyris y otros precursores, algunos alumnos me preguntan si un líder nace o se hace. Me gustaría responder, parafraseando al profesor Juan Carlos Cubeiro, en una de sus geniales definiciones, que el líder se forja, que va imbricando en su desarrollo diferentes competencias, habilidades y recursos. Faltaría más. Pero no lo hago. No soy quién para calzarme las sandalias de otros.
Es, reconozcámoslo, la de mis alumnos, una pregunta operativa, funcional, basada en cierto legítimo interés del que pregunta por saber si tiene alguna posibilidad de aprender a ser un líder cuando Dios, en su infinita sabiduría, no lo ha dispuesto así. Es una forma tímida de solicitar la venia para ser líder cuando se comienza un curso de liderazgo. ¿Qué mejor manera de empezar poniendo las cosas claras sobre uno mismo?
–Entonces, profesor, ¿el líder nace o se hace?
Mi respuesta es clara, fruto de largos años estudiando e investigando el liderazgo desde múltiples perspectivas, analizando cuidadosamente y poniendo en práctica en diversas actividades en las que había que ejercer el liderazgo en las más diversas situaciones. Una respuesta que intenta tranquilizar al alumno ávido por saber y, al mismo tiempo, resumir para toda la clase mi autoridad en el asunto:
–No tengo ni idea.
Lo que quizá vea más claro es que el líder no se presenta en bandeja de plata a los presentes en la sala de partos como si hubiese nacido un bebé con dos cabezas o cualquier otra criatura propia de novelas fantásticas. El liderazgo se va construyendo, aquilatando, sí, con el roce de las circunstancias, esas circunstancias que también lo van gastando, cuestionando, debilitando… Incluso la palabra líder es cuestionable, aunque ya haya superado el periodo de prueba aplicable a cualquier moda y esté instalada (no sé si cómodamente, a juzgar por lo estrecho de sus acepciones) en el Diccionario de la Real Academia Española.
El liderazgo se va consolidando por la reacción del individuo ante las circunstancias y por la audacia a la hora de afrontarlas. Audaces Fortuna Iuvat, decían los clásicos. Y en el líder, como en el héroe, existe una predisposición a meterse en líos de los que sale, generalmente, bien parado. Nuestro hombre es una mezcla de héroe clásico (guerrero y enamorado), cuyos coscorrones -de diversa magnitud- le van fortaleciendo. Un líder, no nace, no. Pero tampoco se hace: es hecho por las circunstancias, sin seguir un plan específico, porque la vida es, precisamente, eso: una mezcla paradójica entre acción y reacción. Si una persona, desde su infancia, se ve expuesta a diversas situaciones adversas que extraigan lo mejor de ella, seguramente nos encontremos ante un líder con el paso del tiempo, porque, ¿qué es la vida sino acción y reacción? El líder que es hecho, entonces, se maneja por la vida blandiendo su espada (acción) y sujetando su escudo (reacción), en una sucesión de movimientos.
En mi lugar de trabajo puse hace años sobre un ventanal una cita de la Suma Theologiae de santo Tomás: Sustinere est difficilius quam aggredi. Soportar es más difícil que atacar. Defender, en muchos casos, es misión imposible, tan necesaria como acometer.
Un líder no nace. Un líder no se hace. Un líder se va haciendo; siempre en tensión, siempre en movimiento, como la vida, un decurso dramático para todos los seres humanos. Y, lo que es mejor, y mucho más sano: el líder se construye sin que él mismo sea consciente, con la sana ignorancia de quien desdeña la lisonja y se centra en su objetivo: transformar el mundo desde la acción y la humildad, desde la reacción y la indiferencia.
Post Scriptum: ¿Por qué, entonces, muchas vidas oscuras, que se escriben entre el dolor y la violencia, no han dado esos frutos de superación, de elevación sobre ideales que las conviertan en existencias sublimes? Porque, aun habiendo simiente, ha faltado el abono sagrado de la educación, el riego diario del buen hábito, el alimento de los conocimientos y el aire que todo de impregna de la -¿por qué tanta vergüenza en admitirlo?- antropología adecuada.