Cuando se habla de experiencia (del latín experientia, del prefijo ex: separación del interior y la raíz per-: intentar, arriesgar), nos referimos al conocimiento de la la vida adquirido bien por las vicisitudes por las que atravesamos, bien por la práctica continuada.
En los primeros momentos del aprendizaje del individuo, de su preparación para la vida, la familia y la escuela desempeñan la labor primaria de enseñar conocimientos del mundo que puedan ayudar a aquel a desenvolverse. Con el conocimiento existente ya no es necesario meter los dedos en un enchufe para saber que la electricidad puede matarte. Algunos hombres, en el momento de la experimientación, no corrieron la misma suerte y pagaron su descubrimiento con la vida. A todo este entramado enciclopédico de conocimientos lo denominamos teoría; la que se aprende en la escuela, la que se aquilata en el bachillerato y cuyas grandes columnas reposan, aún, en la Universidad.
En nuestra sociedad, la hiperinflación de los conocimientos, el aumento de los requisitos necesarios para el acceso al mercado de trabajo, la competitividad y otros factores quizá menos nobles, han derivado en una paradoja: la subestima de la experiencia subjetiva y la generalización burda de comportamientos en una organización. Así, por ejemplo, al hablar de liderazgo, nadie se atreve a definirlo con exactitud y, simultáneamente, aparecen más de diez mil nuevas publicaciones al año.

Tiene que existir una vía que, sin entrar en el subjetivismo y, por tanto, en la arbitrariedad, permita aplicar teorías que durante siglos van iluminando el camino a la humanidad.

Ante una galerna de teorías divergentes sobre el comportamiento, los problemas en las organizaciones humanas no se resuelven solamente con formación. Es como si alguien pudiese pensar que una falta de autoestima se podría suplir con la lectura de un libro sobre la materia. Tiene que existir una vía que, sin entrar en el subjetivismo y, por tanto, en la arbitrariedad, permita aplicar teorías que durante siglos van iluminando el camino a la humanidad; un camino que enfrente a la persona consigo misma y le permita colaborar con los otros, en ambientes alejados de los problemas diarios. Y a esto lo llamamos formación mediante la experiencia.
Como ventajas de la formación mediante la experiencia frente a modelos estrictamente teóricos o subjetivos, planteo las siguientes:
  • Recuperación del valor primario del juego. El homo ludens (Huizinga, 1938) manifiesta con sus actos su disposición permanente a jugar, a explorar de forma lúdica los recursos que tiene. El juego es la más perfecta metáfora de la vida, pues en él se mezclan deber y libertad, acción y omisión, estrategia y azar. Utilizando el recurso del juego, los participantes en esta formación se manifiestan tan cual son, sin maquillaje. Pon a alguien a jugar y, a los pocos minutos, aparecerá él mismo en toda su plenitud. Hay, además, muchas personas que no juegan desde hace años y recuperar el valor intrínseco del juego les renueva. La formación, entendida así, les da una oportunidad para manifestar su espontaneidad y mejorar sus competencias.
  • Consolidación de equipos de alto rendimiento en poco tiempo. Esta inmersión en la actividad, y la concentración de todo el equipo en una misma tarea, sin distracciones, permite algo que de otro modo llevaría meses: la creación, la consolidación, la forja de un equipo. De compañero de trabajo se origina mágicamente el salto cualitativo a ‘camarada’, tras haber compartido esfuerzo, sudor, risas y lágrimas luchando por una meta en un entorno desfavorable.
  • Conocimiento y autoconocimiento. Una actividad netamente libre como es el juego, permite mejorar el conocimiento propio (en el acto libre descubro quién soy) y el de los demás compañeros. Dicho en otras palabras: Todos necesitamos un tú que nos diga quién soy yo. Esta sencilla antropología personalista ilustra y ofrece pautas de análisis cabal de lo que sucede en esta formación. Tan solo un verdadero compañero, que comparte contigo fatigas y objetivos, va a ser capaz de decirte cómo lo estás haciendo, de darte un coscorrón cariñoso que te recoloque ante lo que creías superado.
  • Mejora de la motivación. Los elementos que rodean a la formación experiencial (entornos naturales, equipaciones pulcramente seleccionadas, historia alrededor…) aumentan la motivación de los participantes y permiten adentrarlos en lo importante: la actividad en sí misma. El cansancio físico y mental no es obstáculo para sentir ese saludable efecto de haber realizado un gran trabajo. ‘No hay formación que no sea motivadora’, me decía ingenuamente hace algunos años. En cambio, el tiempo me ha dado la oportunidad de asistir a jornadas tediosas que lograban entre los participantes el efecto contrario que pretendían. No toda formación es motivadora per se. Por eso, una formación como la experiencial genera y estimula mecanismos de motivación que pueden prolongar sus efectos durante meses.
  • Análisis del liderazgo. El concepto de liderazgo está permanentemente en cuestión por la aparición de nuevas teorías y perspectivas. Siguiendo la de Mintzberg (1975), liderazgo es lo que hacen los líderes. El líder se reconoce en la acción, en sus decisiones. Por esa razón, dando oportunidades, a todos los que participan en cada ejercicio, de poner a prueba su liderazgo y de ser liderados por alguien diferente, se puede analizar la calidad de dicho liderazgo: tan solo se trata de que el nuevo líder abra el sobre, lea a su equipo el nuevo desafío y aparecerá en el grupo un nuevo estilo personal de liderar al resto. El enriquecimiento personal y grupal, si se hace aflorar adecuadamente en las sesiones posteriores de feedback, es la clave del éxito de este tipo de formación.
  • Memorabilidad. La combinación de pruebas, equipos y paisajes seleccionados para la ocasión suponen para Alonso (2011), un recuerdo duradero, que es una de las características de esta formación, que es una amalgama de situación, disfrute, realismo y practicidad. La formación se convierte así, en suma, un conjunto de elementos cargados de emociones. Como afirmaba un participante. “Con esta metodología los aprendizajes quedan anclados en el tiempo y por ello es muy aplicable para trabajar con las habilidades personales o de tipo directivo”. El recuerdo de esta actividad persiste muy por encima de otras fórmulas formativas, incluido el gaming o los simuladores.

Actividad experiencial por la ciudad antigua de Petra (Jordania).
Esta vía del aprender haciendo para adultos puede ofrecer a todo el que se acerque a ella una oportunidad única de mejora de capacidades y competencias. Este tipo de formación, siempre refrescante, allana el camino del aprendizaje de nuevos conceptos y puede aplicarse a todas las esferas y niveles, a todas las edades y condiciones. Tan solo requiere un poco de tacto a la organización que la lleva a cabo, para no obligar a nadie a participar si realmente no es su momento.
Pon a una persona a jugar, a trabajar en equipo y a aprender con otros y, a los pocos minutos, se manifestará ella misma en toda su plenitud. Porque, ¿no es la formación experiencial sino una forma más de conocerse a uno mismo?