Era un niño cuando Franco murió. En mi casa, en el círculo de amigos de mis padres, solo un nombre, una referencia: Adolfo Suárez. Alguien vilipendiado por los de dentro y por los de fuera. Sometido a críticas injustas (desde ‘traidor’ a ‘tahúr del Mississipi’) por todos los sectores que ahora le recuerdan. Es natural. Me llevo tres enseñanzas para la vida pública, sobre las que ya me extenderé: a) Necesidad de reforma, nunca de ruptura. b) Reconcilación de las dos Españas. c) Capacidad de retirarse a tiempo sin acabar asentando los reales en ningún Consejo de Estado o de Administración. Mi admiración y mi oración por un patriota llamado Adolfo Suárez.