Imaginemos un escapista en un espectáculo circense. Bloqueado, inmovilizado con cerrojos, ligaduras, correas y embutido en una camisa de fuerza, de las de antes, de las que aparecen en los comics. Nuestro escapista pende, además, de los pies colgado de una enorme grúa. El público expectante espera un primer movimiento. Tras sucesivos amagos bruscos, giratorios, aparentemente inconexos, aparece un dedo de entre la camisa de fuerza. A ese primer movimiento le sucede toda la mano, el antebrazo, el codo,… y así, en segundos, nuestro artista se libera… y sale.

España necesita salir de la situación económica actual. Y debe salir por una vía incipiente, un sector económico que sea tras del que vaya el resto rápidamente. Unos dicen que será el turismo, que, junto con la construcción han liderado (a su manera) el desarrollo hasta mediados de la década pasada. Otros apuestan por las tecnologías, en todas sus formas, hermanadas con la innovación. Un rápido análisis de la historia de nuestro país nos abre una nueva, quizá la definitiva vía de escape. ¿Puede ser el cultivo, el desarrollo y la gestión del talento esa falange que aparece por debajo de la camisa de fuerza?

Nuestro país arrastra desde hace años un duro fardo: la falta de productividad, que, asociada a otros factores de índole macroeconómica, amenaza con que la crisis quiera quedarse entre nosotros más tiempo de la cuenta. España aún no está en condiciones de ofrecer grandes números, pero puede liderar, coherente con su tradición histórica, política y cultural, la batalla del talento.

Un país cultiva el talento mediante un sistema educativo serio, exigente y que ejercita desde niños en una disciplina mental y en una curiosidad sana por el mundo. Tras el cultivo, el desarrollo del talento con una educación superior selectiva, práctica y global (internacional, multilingüe y todos los adjetivos que quieran añadirse a aquel) permite a las sociedades generar valor añadido en forma de patentes, modelos de  utilidad, diseños y visiones nuevas y eficaces de los antiguos sistemas de producción o gestión. Finalmente, la gestión del talento exige del estado y de la sociedad civil generosidad y humildad para evitar que el talento emigre, no solo por mejorar sus condiciones económicas, sino por huir de la mediocridad o la simple incomprensión.

El escapista se libera desde un punto concreto.

Existen dos causas de estos procesos: Por una parte la creciente velocidad de cambio que se impone a todos los niveles y en todos los países como consecuencia de la globalización y por otra parte la revolución en las tecnologías aplicadas a las organizaciones. Solo las ‘organizaciones que aprenden’ están en condiciones para liderar la sociedad.

Las nuevas organizaciones no se basan en máquinas y en esfuerzo físico sino en el conocimiento y capacidad de manejo productivo de la información. Cada colaborador (operario, funcionario, administrativo, técnico, directivo…) debe ser experto en una o varias tareas conceptuales, debe aprender continuamente y debe ser capaz de identificar y resolver problemas en su campo de dominio. Ya en 1993, Garvin revolucionó  características de estas organizaciones abiertas al talento: a) Solucionan sistemáticamente sus problemas; b) Experimentan nuevos enfoques. c) Aprenden de las experiencias propias; d) aprenden experiencias y prácticas con éxito de otros y e) transfieren rápida y efectivamente los conocimientos en toda la organización.

El momento del talento

En el recientemente clausurado Congreso Internacional de Gestión del Talento, celebrado en Yuste (Cáceres) durante los pasados días 7 y 8 de julio, bajo los auspicios de EBS Business School, doscientos intelectuales de veintitrés países debatieron sobre el talento. Muchos de ellos buscaban las causas de la fuga de cerebros de algunos países, buscando nuevos oasis de desarrollo personal. En gran medida, una de las causas aportadas de forma más común para explicar la fuga de talento era la ausencia de expectativas en las propias organizaciones. Aun siendo favorable la coyuntura del país, una organización que no valora el mérito, el esfuerzo y las capacidades de sus individuos provoca el rechazo, precisamente, de aquellos que son capaces de hacerla crecer.

Entre las nuevas responsabilidades de los directivos, y si cabe, con mayor responsabilidad, los de la Administracion, se encuentra la de crear la capacidad de aprendizaje de la organización. El cultivo, el desarrollo y la gestión del talento se ha convertido en una condición necesaria para el desarrollo y el rendimiento de una organización. La velocidad y profundidad de los procesos de aprendizaje serán criterios esenciales para el éxito. Y eso, en una nación que ha dado a Cervantes a Jovellanos o a Ortega, no puede hacerse esperar.