Hace unos años, decidimos impulsar el liderazgo con una iniciativa que pretendía enfrentar a aquellas personas que ejercieran un liderazgo real en sus organizaciones, a los nuevos desafíos que el concepto ha generado. Y la denominamos, sencillamente, Los diez retos del liderazgo. En un entorno outdoor, fuimos desgranando uno a uno qué desafíos tiene un líder que lo es, es decir, que es obligado a serlo. Esa obligación (moral, organizativa, legal…) no es algo negativo o censurable. Ser líder puede venir dictado por las circunstancias, desde una revolución hasta la enfermedad de la vedette principal de nuestra obra, que nos obliga (y dale) a salir al escenario y hacer lo mejor que sepamos. En otras ocasiones, uno puede asumir el liderazgo de forma natural («Alcalde de aldea: ese lo quiere, ese lo sea», dice el refrán con sorna), o porque no hay nadie más que tenga el acierto y talento suficientes para llevar a cabo la misión («Me han hecho priora por pura hambre», que decía santa Teresa, en una carta a la madre María de San José del 8 de noviembre de 1581).

SONY DSCPor otro lado, la aseveración del padre Ayala, S.J., a mediados del siglo pasado, por la que abjuraba del liderazgo, me ha hecho pensar si no será estéril establecer unas pautas comunes para un mundo en el que hay tantos liderazgos como líderes. Ayala decía: «¿Liderazgo? No: líder. Una obra cualquiera será lo que sea quien la dirija». Como el proceso de elaboración del acero, que requiere altas temperaturas para separar las impurezas y desechos, el liderazgo ha venido acompañado de ciertas adherencias en su concepto que no pertenecían estrictamente a su naturaleza. Algunos de estos conceptos mal entendidos que no corresponde con la definición es el de poder, verdadera gangrena que ha hecho identificar el liderazgo con el poder, la auctoritas con la potestas, la convicción con la coerción, y que ha ocultado el verdadero concepto de liderazgo (arte de guiar a otros) durante siglos.

¿Cuáles son esos diez retos, esas diez fases, esas diez pruebas por las que debe pasar un líder para determinar la pureza de su liderazgo, libre de fragmentos o raspaduras de egocentrismo, influencias externas o ignorancia de la propia misión? En el espacio de este post me atrevo, querido lector, a sugerírtelas:

  1. Inteligencia: Sabemos que la inteligencia consiste en interpretar los signos de la realidad, en discernir con sano juicio y en tomar la decisión justa y adecuada. Obsérvese que he utilizado por dos ocasiones las palabras ‘juicio’ y ‘justo’. Ese sano juicio, cuyos portadores han contribuido más a la humanidad que los hombres con talento, como dijo Ayala, es lo que entendemos por inteligencia, por encima de cocientes o medidas cuantitativas.
  2. Visión de conjunto: Ver globalmente solo les está permitidos a quienes se atreven a elevar la vista y descubrir que hay algo más que el propio alcance de sus ideas, sus preocupaciones, sus trabajos… Ver supone mirar al horizonte y detectar signos de movimiento en las tropas enemigas, un hilo de humo en el monte vecino, o una tormenta en el cielo que se acerca silenciosa. Esa visión, reto fundamental del hombre que quiere llevar a cabo una empresa, permite anticiparse a los problemas.
  3. Solidaridad: El conocimiento de la naturaleza humana, sus debilidades y sus posibilidades de autosuperación, y la transformación de dicho conocimiento e10retosn movimiento afectuoso a quien lo necesita, fruto de la solidaridad, es lo que también puede denominarse humanidad. Nada de lo humano debe ser ajeno al líder, que muestra con sus gestos, también, su humanidad.
  4. Fortaleza psíquica: Ser fuerte, imperturbable, ante las acometidas de los resultados, las dificultades o la crítica, es una cualidad, más aún: una virtud (Recordemos la raíz latina vis, fuerza) que es exigible en quien lidera una obra, un grupo humano o un proyecto. La fortaleza te abre las puertas a esa presencia de ánimo que tanto nos impresiona en las circunstancias aciagas de la vida. «Pero… ¡qué aplomo ante la adversidad!», decimos con admiración de aquellos que se mantienen firmes ante el drama por el que atraviesan.
  5. Equipo: Esa sana colaboración con los integrantes del grupo -que linda con lo deportivo- permite que bajo reglas comunes el proyecto se vaya afianzando y siga creciendo. Se trata de eso: consolidar y crecer, consolidar y crecer. A veces no son verbos compatibles, ya que consolidar siempre se hace a lo ancho, frente a crecer, que es a lo alto. No pretendamos consolidarnos y crecer simultáneamente, porque para edificar un piso más de nuestro edificio debe estar bien consolidado el anterior. El equipo, en esta tarea, bien dirigido por el líder, lo hace y lo hace bien.
  6. Empatía: La empatía, tal y como se conoce generalmente, adolece de un vicio en su definición. Porque empatía es según algunos expertos, ‘ponerse en el lugar del otro’, pero existe un alcance mucho más filosófico que añade que la empatía es conocer, comprender al otro, pero nunca sufrir con él o impregnarse de los sentimientos ajenos, dado que esa contaminación emocional puede impedir al líder ayudar a quien lo necesita. Un líder es empático, porque conoce y se esfuerza por conocer los sentimientos, estados de ánimo, necesidades de su equipo, pero no necesariamente debe ser simpático. Un líder dice palabras importantes, no necesariamente palabras bonitas.
  7. Pensamiento divergente: Saber relacionar conceptos (inteligencia) y tener visión de conjunto -dos de los retos anteriores- precipitan en la pócima maravillosa de la creatividad que, partiendo del pensamiento relacional y la asociación de conceptos, es capaz de ofrecer soluciones nuevas y diferentes ante un mismo problema.
  8. Determinación: La determinación es la voluntad orientada a realizar una misión. Si me dijeran qué característica valoro más en los líderes en zapatillas que he encontrado en mi vida, sería esta: la orientación constante, tenaz, a prueba de bombas, a cumplir la misión que uno tiene. La virtud de la determinación solo la poseen caracteres fuertes, bien forjados, con una visión literaria de la vida curtidos en la adversidad y que han huido de los algodones.
  9. Integración del fracaso: Un fracaso es un fracaso, pero no solo un fracaso. La cultura en que vivimos de la que yo llamo de la dignificación del fracaso no puede convertirse en la de la justificación del fracaso. Fracasar es una fuente de aprendizajes, es cierto, pero todo fracaso tiene su duelo y un buen líder debe integrarlo como parte de la vida. Rebelarse contra el fracaso no aporta más que agresividad y ensancha el tiempo de recuperación.
  10. Generosidad: Dice la tradición espiritual de la India que el Señor sólo murmuró una palabra en nuestro oído cuando nos envió al mundo: “Da”. La madurez, de todos es sabido, llega con la entrega generosa en forma de proyecto. La generosidad requiere que parte de lo que hacemos a lo largo del día debe ser gratis, sin esperar nada a cambio, sin alharacas ni difusión en las redes sociales, sin que el beneficiario de tu acción libre y generosa te lo pueda pagar.

Cualquiera que haya superado estos diez retos estará en condiciones de liderar a otros porque se sabe liderar a sí mismo. En otras épocas se decía «luchar contra uno mismo», o «dominarse a uno mismo». De todos, es el propio conocimiento el más difícil. Un líder sabe lo que cuesta porque se ha vencido a uno mismo, sus apetencias y perezas, sus vicios y egoísmos. Por eso se escribe de liderazgo en proporción inversa a los líderes que encontramos alrededor, que rara vez coinciden con los que nos muestran los medios de comunicación.