Don Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) puso en labios de Segismundo estos versos postreros de su soliloquio universal en La Vida es Sueño. Al final del primer acto, su protagonista, capaz al fin de vencer el destino, se pregunta si la vida acaso es una ficción, una idea, una sombra…
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Esa búsqueda permanente del ser humano, esa inquietud, a veces pesimista, como el propio arte barroco, tiene su concreción en el juego; el juego es salida, llegada, puerta y cruce de caminos. El juego es la vida y la vida es juego. El hombre que juega vive más intensamente, porque todas las partes de la vida están contenidas en un juego: alegría y tristeza, riesgo y prudencia, decepción y triunfo.
Ahora, en plena ebullición de la gamificación, se hace necesario asentar, posar los conocimientos que sobre el juego se tienen. Una especie de ‘leer antes de usar’ muy necesaria para saber que jugar y vivir, a veces, son la misma cosa. El juego además, por su naturaleza virtual, protege de la violencia y ofrece resultados en términos simbólicos, nada desdeñables pero inocuos al fin y al cabo.
Juega el niño espontaneamente en el campo, en el patio de recreo o en el bautizado restrictivamente por los adultos como ‘cuarto de juegos’, como si no hubiera cientos de rincones en la casa en los que el niño pudiese jugar; juega el adulto en el deporte, en el tiempo de ocio, en los ratos muertos, buscando formas diferentes y creativas de ganar, aprender,… hace crucigramas y garabatea hojas, compite como si le fuera la vida en un partido de fútbol entre amigos y flirtea para conocer al ¿oponente? en una relación amorosa en ciernes. Se juega para llenar momentos y para que el tiempo pase más deprisa. También, por eso, el entretenimiento es legítimo, y el juego, en este caso, le proporciona espacio al tiempo.
Ahora, la tecnología de entornos amigables facilita un ambiente de juego, desde un simple mensaje de Whatshapp hasta un complejo mapa de decisiones. El trabajo en equipo también es en sí mismo un juego, con dos sencillas reglas: saber tomar y ceder la palabra. Jugar es enfrentarse de una forma suave a los problemas de la vida, y es encomiable que muchos quieran resolver dichos problemas con simulaciones, casos, ejercicios, dinámicas,… que son más y más formas de juegos. El juego no termina nunca.
Diremos entonces: Si todo es juego, ¿dónde empieza la realidad?, ¿dónde termina lo imaginario e ideal y dónde comienzan los verdaderos retos de la vida?, ¿no estaremos asistiendo -como se afirmaba en foros educativos hace un decenio- a cierta waltdisneyzación de la sociedad en la que el encanto de La Sirenita nos hace olvidar las enseñanzas de un adusto Antonio Machado? Creo que el juego (excluyo aquellos que son determinados en exclusiva por el azar) prepara y ofrece herramientas para conocerse mejor, para saltar al terreno real, al campo de la vida, con armas que por lo general no nos ofrece ya (¡ay!) un pupitre.
Desde hace años, comparto esta visión lúdica de la formación con personas que lideran equipos y se plantean con sensibilidad elevada mejorar a todos los niveles. Los juegos y actividades outdoor, de puertas afuera del aula, o como quiera que se denominen, permiten el aprendizaje significativo y, con mucho cuidado de no romperlo, el volcado del tesoro, conseguido con esfuerzo, en la vida real. Porque en ningún juego serio, como tampoco en la vida, nada se consigue sin esfuerzo.
Sin juego la existencia se reduce, se limita, y menguan nuestros espacios de expansión. Al final, siguiendo el recorrido de una mariposa o trazando mentalmente una figura geométrica con nuestros pies, seguiremos jugando y, por eso mismo, viviendo. Como dijo Gloria Fuertes,
Juego con fuego
pero juego.