El rito romano del Sacramento del Matrimonio encierra, además de su valor litúrgico o sacramental, o por eso mismo, numerosas enseñanzas acerca de la convivencia humana, la libertad y la capacidad de decisión. Así, tras el escrutinio, en el que se pregunta a los contrayentes su libertad (“¿Venís libremente…?”), su decisión (¿Estáis decididos…?”) y su voluntad (“¿Estáis dispuestos…?”), durante el consentimiento, los esposos dicen:
Yo, N., te recibo a ti, N., como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.
La expresión ‘en la salud y en la enfermedad’ o dicho más castizamente ‘a las duras y a las maduras’ indica que el compromiso (en este caso matrimonial, pero extrapolable a toda decisión que requiera un recorrido temporal) está por encima de las circunstancias, de las apetencias, de los vaivenes espaciotemporales o de las influencias de personas que pasen por nuestra vida.
Desde hace años se viene escuchando el concepto desafiante de sociedad de la desvinculación. Muchos pensadores de polos ideológicos opuestos coinciden en definir como sociedad desvinculada a aquella cuyos individuos no están adheridos a más sistemas de creencias o valores que los propios, los subjetivos. Así, por ejemplo, se prefiere en muchos casos aportar una contribución económica anual para una causa social que comprometerse con tiempo y con dedicación a esa misma causa.
Josep Miró, en su blog La sociedad desvinculada establece como una de las características de esta sociedad carente de vínculos “la indeterminación colectiva sobre el bien y su sustitución por las preferencias personales comportan, simple y llanamente, que el bien no existe.” Por su parte, es fácil observar que el mundo del voluntariado está siendo desplazado, expulsado, del sistema por una lenta y silenciosa masa de lava de profesionalización de muchos servicios sociales. El altruismo ha sido sustituido por la mera prestación. La caridad ha dejado paso a la justicia, concepto que bajo ningún concepto es lo mismo, y ha arrinconado el valor de lo gratuito, la fuerza transformadora -y volvemos al símil matrimonial- de la entrega libre y generosa. Con estos mimbres, ¿dónde queda espacio entonces para el amor verdadero, para la adhesión altruista a unos ideales?, ¿cómo construir una sociedad del compromiso?
El filósofo polaco Zygmunt Bauman¹ acuñó en 2008 el concepto de modernidad líquida para referirse a una sociedad sin vículos sólidos o estables. El estado líquido de un cuerpo permite adoptar la forma del recipiente que lo contiene, metáfora precisa del relativismo imperante, en donde todo vale lo mismo, incluso el tiempo. Joseph Ratzinger, ya Benedicto XVI, en 2011, en el transcurso de su visita a Venecia, contrapone sorprendentemente el concepto líquido -físico- con el concepto ‘bello’ -metafísico-.
“Se trata de elegir entre una ciudad «líquida», patria de una cultura marcada cada vez más por lo relativo y lo efímero, y una ciudad que renueva constantemente su belleza bebiendo de las fuentes benéficas del arte, del saber, de las relaciones entre los hombres y entre los pueblos.”²
Así, la belleza, en su cualidad más profunda de eternidad, se relaciona misteriosamente con el compromiso, que mediante la obligación libremente aceptada y por lo tanto autoimpuesta de generar vínculos hoy y siempre, valora y eleva la actividad desarrollada, los actos y palabras que son fruto de ese mismo compromiso. Un acto fruto del compromiso adquirido tiene valor regenerativo. Por así decirlo, actualiza la promesa inicial.
El compromiso engendra belleza porque aquel es, permítaseme la expresión económica, una magnitud flujo, referida a una evolución temporal, se renueva, se regenera y aumenta su valor con el tiempo. El compromiso guarda, esconde como un tesoro, una semilla de eternidad desde el instante mismo en que se formula mediante una promesa, en los casos en que este es formal, porque no todos los compromisos están formalizados mediante un rito o una fórmula: por ejemplo, el amor de una madre a un hijo y el compromiso de esta en su alimentación, vestido y educación no requiere ritos de adhesión para ser válido.
Recordemos a las personas que, a nuestro alrededor, se caracterizan por un compromiso a prueba de defecciones durante la bonanza y la tormenta; como se narraba en aquel cuento escrito en el s. XIV por el infante Don Juan Manuel en el que un hombre, queriendo probar al amigo fiel, le ofendía gravemente tras haberle pedido esconder un cadáver en su casa, con lo que comprometía su vida y su hacienda, y ni aun así “(…) ni por esto ni por ninguna otra ofensa mayor descubriré las coles del huerto.”³
Dichosos los comprometidos en una causa, porque están haciendo el mundo más bello a cada instante.
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NOTAS:
- Consultar biografía en: http://en.wikipedia.org/wiki/Zygmunt_Bauman
- Benedicto XVI (2011). Encuentro con el mundo de la cultura y la economía. Venecia, 8 de mayo de 2011. Enlace.
- Don Juan Manuel. El conde Lucanor. Cuento XLVIII. Editorial Castalia, colección Odres nuevos. p. 177 y ss.