El seguro inseguro es el Jano social, la persona que bajo una calculada capa de seguridad no da un paso sin consultar o solicitar ayuda de aquellos a quienes considera sus mentores, consejeros o expertos en cada uno de los campos. El seguro inseguro se crece en sus seguridades de trapo y en sus datos de cartón pluma, porque en el fondo duda permanentemente de lo que dice. Para él dudar es un signo externo de debilidad, un salto al purgatorio de las ánimas mediocres. Por eso consulta, pregunta, inquiere y agarra de la solapa del conocimiento a quienes le conocen de verdad.
Alguien hablaba hace años de las ‘personas medicina’, las ‘personas luz’, que aparecen en la vida para arrojar respuestas, paz y alegría en la maraña existencial. Nuestro personaje nacesita a estas personas, las exprime para construir su falsa seguridad. Porque ha contraído esa enfermedad tan habitual del hombre moderno que es la mentira. Para Nietszche, la mentira más común es aquella con la que uno se engaña a sí mismo, y el seguro inseguro basa su seguridad en los comentarios de algunos, los consejos de otros y las pensamientos de todos.
Lejos de analizar las causas de su inseguridad, de caminar cada vez más erguido, nuestro protagonista se apoya en el pensamiento de los demás para elaborar sus teorías, diatribas o admoniciones bajo una rúbrica propia. En su pensamiento abundan seguridades prestadas o dogmas antiguos -o recentísimos, que son los que dicta la corrección política-. No hay en su haber experiencias propias que haya arrancado al sufrimiento, no existen testimonios que no sean calculados o inventados. El seguro inseguro no quiere pisar barro escurridizo que luego tenga que limpiar. Es como esos niños que siguen (mal) acostumbrados a que otros les limpien la caca. En este caso, el seguro inseguro vive de lo que los demás opinen y piensen de él.
La seguridad en uno mismo supone dos tercios del éxito, como dice un proverbio gaélico. El salmista bíblico, en cambio, pone la seguridad en manos de Dios:
“En paz me acuesto y en seguida me duermo, pues tú sólo, Señor, me das seguridad.” (Sal 4,8)
Pero, erre que erre, el seguro inseguro desea mostrar la seguridad de la que carece alimentado por las opiniones ajenas a las que necesita. La falsa seguridad en sus decisiones titubeantes desconcierta a los que le conocen y aleja a los prudentes de su compañía.
La búsqueda de la seguridad en ideas ajenas, en pensamientos prestados, en poses o modos de ser o de vivir tomados por necesidad de otras vitrinas ajenas (distantes, externas y extrañas, que diría el profesor López Quintás) no nos permite entrar en comunicación con la verdad que somos, con la verdad de nuestra existencia, con la autenticidad que late en el corazón de cada uno. Solo si reconoce la verdad y si abraza la realidad, el seguro inseguro irá tornándose en alguien seguro de sí, que no es sino la persona que acepta quién es sin superposiciones ni trasplantes de cerebro, sin supercherías ni consejos cazados al vuelo.
Post scriptum: Puedo leer este post en primera persona del singular sin que le falte o sobre al mismo una coma.