La verdad es uno de los denominados trascendentales de la Metafísica. El concepto está relacionado íntimamente con la bondad, la belleza, la unicidad, que son propiedades del ente en cuanto ente. La verdad es protagonista de la vida del hombre, porque es el concepto que une la realidad con el entendimiento. Adaequatio rei et intellectus, dicen los manuales para definirla. La verdad está fundamentada en el ser de las cosas, no en la mera aparición en la imaginación o apariencia externa. Como dice Forment (2009:286), la verdad que está en la realidad fundamenta la verdad que está en el entendimiento. Así, realidad y entendimiento son dos caras de la misma moneda, sin las cuales, como un todo, la verdad no existe.
Veritas (En latín, calidad de verus, verdadero) es el lema de la Orden de Predicadores, de la Universidad de Harvard, y su búsqueda ha llenado la vida de filósofos, científicos y humanistas de toda clase. Pero, ¿van de la mano la realidad y el entendimiento en nuestra época? Taxativamente, decimos que no. La verdad, debido a esta escisión, se ha ido diluyendo, escondiendo, camuflando, en una sociedad hedonista que rechaza la verdad, que se queda solo con las apariencias, en un neoplatonismo difuso y sentimental en el que las sombras de su mito de la caverna se han transformado hoy en tweets, memes, retoques fotográficos, estímulos visuales, eslóganes o destellos sensoriales que no son la realidad, sino tan solo un reflejo interesado de lo que sucede -o no- en la caverna, de una verdad adaptativa que toma la forma de mis intereses.
La verdad ha pasado a un segundo plano también en los ámbitos políticos, económicos y educativos: no se enseña a los niños a decir la verdad. De este modo, con la mentira, se trunca la relación entre la realidad y el sujeto, que antepone sus intereses al peso concluyente de la realidad de las cosas. En otros entornos, la corrupción en todos sus niveles (desde las corruptelas laborales hasta la impuntualidad, desde los desfalcos a las deslealtades personales), los modos de comportamiento y conductas que desafían la verdad son, de este modo, delitos de lesa realidad. Decía nuestro inmortal Cervantes que «la verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua.» En estos tiempos, por el contrario, el aceite de la mentira no deja, al tener menos densidad que el agua, aparecer la pureza y la esconde bajo su capa oleosa.
Planteo dos comportamientos para contrarrestar, desde la Universidad, este sesgo de la verdad, esta nueva ciencia de lo accesorio, de lo relativo, que hace adeptos a quienes no están acostumbrados a una reflexión honda, humilde y honesta; esos dos comportamientos son decir la verdad y poner luz a las cosas.
Recuperar la verdad en nuestros días pasa por ‘decir verdad’, por ‘andar en verdad’, como decía santa Teresa, por cultivar hasta la maestría el respeto hacia la palabra dada, hacia la palabra propia, en forma de honor y la ajena, en forma de confianza. Así, respetarse a uno mismo y confiar en los demás repara el camino roto entre entendimiento y realidad y restaura, por así decirlo, la referida adaequatio.
Nuestra segunda propuesta es la de poner luz a las cosas, iluminar la realidad con todos nuestros focos, evitando las sombras y los lados oscuros. Iluminar, es ofrecer ante una cuestión todas sus facetas, no solo las que nos interesan.»Lo verdadero es aquello que es», dice san Agustín en sus Soliloquios. Esta actitud valiente y desprendida ante las cosas que nos suceden obliga a dejar a un lado intereses, seguridades y egoísmos.
Buscar la verdad requiere un esfuerzo que, como tal, no es fácil. Desvelar -despojar del velo de la mentira o la ambigüedad- es delicado, laborioso y arduo. Y no es sencillo buscar profundidad ante un entorno superficial, querer bucear junto a nadadores de superficie.
El problema de la verdad se manifiesta así, para nosotros, como un problema de conciencia, no solo de lógica. La verdad es absoluta, intachable, y refleja la totalidad del ser. Ante una situación, ante una disputa política o doméstica, hay que esforzarse, tragando saliva si es necesario, en descubrir el esplendor y la pureza de lo que es.
Para saber más:
- Alvira et al. (2001). Metafísica. Pamplona: EUNSA
- Forment, E. (2009). Metafísica. Madrid: Palabra.
- Velarde, J., ed. (2003). Santo Tomás de Aquino. Cuestiones disputadas sobre la verdad. Madrid: Biblioteca Nueva.