Como solo existe un placer mayor que leer, releer, estoy releyendo estos días el primer libro de Olga Castanyer (Madrid, 1962) titulado La asertividad: expresión de una sana autoestima (Bilbao, Desclée, 1996), y que inauguró prácticamente la colección Serendipity, a la que tanto hay que agradecer para el desarrollo de la psicología positiva en España. Casi veinte años después, el libro mantiene su vigencia en cuanto a principios, técnicas y procedimientos. He podido poner en práctica algunos ejercicios sorprendentes (¡y muy duros!) en diversos contextos, que permiten analizar el autoconcepto de cada uno y su vulnerabilidad a la crítica. Esta sociedad, paradójicamente, prima lo emocional y nos hace, cada vez más, emocionalmente débiles.
Esta sociedad, paradójicamente, prima lo emocional y nos hace, cada vez más, emocionalmente débiles.
Una de las medidas del autoconcepto es la necesidad de agradar a otros. A más pobre autoconcepto, más ansiedad se genera para ofrecer de nosotros mismos una imagen de servicio, disponibilidad, profesionalidad, excelencia que, luego, en numerosas ocasiones, se topa con la realidad. La expresión ‘quedar bien’ y su acción o efecto, el bienquedismo (expresión feliz aún no reconocida académicamente) se contraponen al consejo evangélico de ‘hacer el bien’, por el que tu mano derecha no debe enterarse de lo que hace tu mano izquierda (Mt 6,3). Y esto tiene su punto álgido en internet, y, con más virulencia, en los sistemas de mensajería instantánea y el correo electrónico, fenómenos que he estado estudiando desde 1994, cuando aparecieron los primeros mensajes electrónicos jefe-empleado, las primeras ‘CCO’ y las reprimendas y advertencias públicas, es decir: con copia abierta a los compañeros del ‘abroncado’. El correo electrónico genera, por una parte, una exculpación y exoneración de responsabilidad del que lo envía. ‘Te he mandado un correo’, se afirma cuando lo que en realidad se está diciendo es: ‘no has contestado a mi correo’ o ‘Ahora la responsabilidad la tienes tú’. La necesidad de mostrarnos como rápidos y eficientes en nuestro trabajo nos hace dejar cuanto tenemos entre manos para responder, y nos pasamos la jornada laboral dejando que otros la gestionen por nosotros.
Las redes sociales son, a mi entender un claro indicador de la autoestima. Por un lado, hay ingentes cantidades de información que podría considerarse íntima o reservada y que, en cambio, se publican a los cuatro vientos, para quienes ni siquiera tienen la categoría de amigos íntimos. Por otro lado, el que solo se contenta con reenviar ideas de otros, enlaces a otros, pensamientos de otros puede manifestar con ello poca seguridad en el propio criterio. Sin aventurarnos a extrapolaciones psicologicistas, internet nos ha cambiado el marco comunicativo y es un caldo de cultivo para la epidemia de cierto neoidealismo que no beneficia a nadie que quiera vivir inetnsamente su realidad y dar lo mejor de sí.
También hay que saber decir no en las redes sociales.
Los mismos problemas de asertividad y, por ende, de autoestima, en nuestra vida de relación son detectables en el mundo de las redes sociales. Y al igual que con la vida, en las redes también hay que saber decir que no:
- Un no claro a las intenciones ocultas de presuntos amigos que pueden esconder un delito.
- Un no, en forma de silencio, que advierta al remitente de que ‘Ahora no puedo atenderte, aunque seas importante para mí.’
- Un no en forma de bloqueo cuando se emiten injurias, calumnias u opiniones contrarias a tus valores o principios.
- Un no paulatino a quien nos hace perder el tiempo de trabajo con frivolidades.
- Un no sin condiciones a comentarios realizados con el único objetivo de ser adulados o reconocidos.
Saber decir no, también en internet, es una garantía de salud emocional y de adecuada gestión del tiempo, que es la dimensión equivalente a la vida misma. Racionalizando -sí, como suena- nuestra presencia en la red, tendremos más tiempo para actividades proactivas y llenas de valor en cada día.