Estoy terminando el libro Una cosa a la vez, de la joven y entusiasta consultora Devora Zack (Empresa activa, 2015), y me estoy llevando una grata sorpresa. Con un argumentario serio y un estilo desenfadado, desmonta los mitos de la denominada multitarea (o multitasking) en nuestras empresas y organizaciones.
En los cursos de Gestión del Tiempo que impartimos habitualmente en las organizaciones, es tal el cacao de teorías que -en muchas ocasiones- cuando vas caminando por el campo de los diversos autores, corrientes, fórmulas de trabajo… tienes que apoyar los pies con mucho cuidado para que no te estalle una mina en forma de aquello que más tememos los profesores: incurrir en una contradicción fruto de nuestra poca reflexión. Por eso, cuando alguien como yo lee con satisfacción los inconvenientes de tener la mente ocupada, o dispersa, o pendiente de mil cosas (que en realidad no son tantas), desea que llegue el miércoles de esta semana para contarles a sus alumnos cómo deben afrontar el comienzo de curso si quieren terminar con éxito el año y, al ser mayoritariamente de último curso, la carrera.
El problema de la atención dividida ya lo glosa el refranero popular español: «zapatero a tus zapatos», decimos, o «el que mucho abarca poco aprieta», para ponderar la atención concentrada para una mejor resolución del negocio o tarea que nos traemos entre manos. El Diccionario General Ilustrado VOX, que en mi adolescencia me descubrió tantos tesoros, rescata del latín la expresión Age quod agis (Haz lo que haces), que se dice para exhortar a trabajar con atención y cuidado, sin distraerse (p. 1.164). Distraerse es, según el DRAE, «apartar la atención de alguien [o de uno mismo] del objeto a que la aplicaba o a que debía aplicarla». La distracción siempre ha amenazado el trabajo o el buen camino. Me puede distraer una visión agradable, una ensoñación, algo bello que reclama mi atención… pero, ¿y cuando la distracción es consentida en forma de otra tarea que se interpone en la mía?
Planteo, en síntesis, algunas reflexiones que Zack desarrolla.
1. Cambiar habitualmente de tarea en el trabajo está relacionado con una productividad escasa. Ya lo dicen los mayores de la casa: «Hijo mío, en cualquier momento puedes hacer una cosa bien o dos mal». La autora cita el problema, que ella califica de pandemia, de los universitarios. Según un estudio de la Universidad de Vermont, las aplicaciones informáticas no relacionadas con los estudios en los ordenadores portátiles de los alumnos, están abiertas y activas más del 42 por ciento del tiempo en que estos están realizando sus trabajos académicos.
2. Si bien la tecnología y sistemas de trabajo nos preparan para la multitarea, esta es neurológicamente imposible. El cerebro no está preparado para atender plenamente a más de una cosa a la vez. Para Reynol y Cotten, profesores de la Universidad de Harvard, la conducta multifuncional «propicia una disminución de la capacidad para el procesamiento cognitivo e impide un aprendizaje profundo». La monotarea está relacionada con la capacidad de concentración. Los grandes deportistas, que por su presencia mediática son de todos conocidos -aunque no sean los únicos ejemplos- muestran y demuestran que la concentración es la garantía de una adecuada y exitosa ejecución, en especial en los momentos más importantes.
3. La atención fragmentada resquebraja los resultados y hace fracasar las relaciones.
La sociedad de la información, por medio de sus redes (y no solo las sociales) nos exige un esfuerzo denodado para ‘estar informados’ que para muchos equivale a estar bien informados. este sobreesfuerzo por recibir impactos continuos que, en la mayoría de los casos, se quedan por el camino, supone un ataque en la línea de flotación de nuestra autoestima, porque ¡no podemos asimilar todo! Y nos frustramos por no estar a la altura de las expectativas que, de forma irreal, la sociedad nos hace generar. La multitarea, esa exigencia de los tiempos modernos, daña a la autoestima y al resultado final. Para compensar esa sensación, Linda Stone ha acuñado el concepto de ‘atención parcial continua’, que consiste en «prestar una atención superficial y simultánea (sic) a flujos de información que rivalizan entre sí.»
Hay un inconveniente que, citando al filósofo personalista Martin Buber, no se tiene en cuenta suficientemente entre las consecuencias de consagrarse a la multitarea: se trata de la pérdida de calidad en el encuentro interpersonal. Cuando un ser querido, un amigo, un conocido, nos interpela y no dejamos de mirar a otra parte -al teléfono, a la agenda, al reloj, generalmente…- estamos empobreciendo la relación, manifestando un desprecio al diálogo con el otro. Si toda vida vivida como tal, si toda existencia ‘real’, en el sentido amplio, es encuentro, y cada relación, por breve o pasajera que sea, tiene un potencial infinito, la multitarea desprecia dicho encuentro y no puede ofrecer rasgo alguno de autenticidad.
Debo aclarar que realizar dos tareas inconexas al mismo tiempo cuando al menos una no requiere ningún esfuerzo consciente no es multitarea. Es el caso (en ocasiones) del conducir hablando por teléfono o lavar los platos mientras escuchamos la radio. Pero es cuando ambas actividades compiten por nuestra atención cuando surge el problema: una colisión con el vehículo delantero, un error de atención al responder una pregunta de nuestros hijos, una distracción con nuestro teléfono en mitad de una conferencia,… en definitiva un despiste, un salirse de la pista, del camino de la atención. En España, una de cada dos muertes por accidente de tráfico tuvo como responsable una distracción (Fuente: RACE). Según datos de 2014, el 67% de los conductores estadounidenses reciben o envían mensajes de texto mientras conducen. ¿No es terrible ese riesgo?
Nicolas Carr, autor de Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? (Madrid, Taurus), sostiene que Internet ha cambiado la manera que tenemos de procesar la información. Aunque la red nos permite encontrar la información, también perjudica nuestra manera de asimilarla y retenerla. Dicho en otras palabras, internet nos vuelve estúpidos.
Urge, pues, recuperar el control de nuestra vida, comenzando por un análisis franco de las muchas tareas que realizamos simultáneamente, muchas de las cuales vienen dadas por anteponer las exigencias de los demás antes que nuestras propias prioridades, por ese afán oculto, tan escondido como el secreto del cerdo ibérico, de ser valorados.