Cuando uno se lanza a la búsqueda de nuevas teorías de la comunicación, en seguida cae en la cuenta de que aquellas remiten a las más antiguas, y que, en resumen, se basan en estos pocos principios:
- El ser humano es comunicante. (McLuhan, 1962)
- No existe la ‘no comunicación’ (Perls, 1969)
- Es necesario gestionar adecuadamente la información (Luft e Ingham, 1955)
El contenido de la información, el feedback en sentido amplio, es el objeto de intercambio entre sujetos. La comunicación se reduce a dar uy recibir, dar y recibir,… en un proceso continuo en donde, como el guijarro tallado por la corriente del río, se va puliendo la relación y se va logrando un mayor nivel de comunicación. En mi afán por simplificar, denominaré asertividad a dar feedback y escucha activa a recibirlo.
Una persona que aporta información de forma abundante y desordenada se pasa el tiempo hablando, comunicando, informando, ordenando y generalmente tendrá poco tiempo disponible para escuchar, para recabar información de lo que sucede a su alrededor. ‘Yo lo sé todo’ -parece decirse-. Estas personas no tienen tiempo ni ganas de escuchar y no reciben información de lo que sucede en el mundo real. Nadie se atreve a contradecirlas, a manifestar una opinión o a hacerles una observación. ¿Para qué? Los osados que rebaten o responden al todopoderoso comunicador pueden ir por lana y volver trasquilados.
En el caso opuesto, la persona que se pasa la vida recibiendo información, escuchando, con sus ojos y oídos abiertos a lo que sucede, pero de cuya boca es incapaz de salir información, sentimiento, ruego o petición está nadando en la incomunicación: informada, sí, pero no informante. Su feedback inexistente le hará granjearse la desconfianza de las personas que le informan, pero a las que no aporta feedback.
La comunicación es, pues, una suerte de juego, de malabarismos continuos con el feedback, el arte (la virtud) de saber cuándo hablar y cuándo escuchar. Lo opuesto a hablar no es callar, sino escuchar, dejar que otros expresen, informen y declaren, mientras nosotros, una vez mostrada nuestra escucha (activa, llaman los expertos según Karl Rogers) respondemos, matizamos, aclaramos y nos convertimos de nuevo en emisor en un ciclo vivo y único.
Donde hay personas hay conflicto, acostumbro a decir a mis alumnos en cursos de habilidades, y todo conflicto -también los de tipo bélico- proviene de la comunicación, de la mala, inadecuada o taimada comunicación humana. Y las personas no somos radioemisores, ni walkie-talkies ni antenas receptoras, aunque el proceso de comunicación humana es muy similar (percepción-intelección-respuesta-feedback-etcétera); más bien somos seres dotados de la comunicación como vehículo de nuestras relaciones.
El no y el sí son breves de decir y piden mucho pensar, afirma Baltasar Gracián. Si todos cuidamos nuestra comunicación, si no estamos pendientes de nosotros mismos sino del efecto que podamos causar en el receptor de nuestros comentarios, la fluidez y calidad de nuestras relaciones nos proyectará a más y mejores actos de comunicación.
Para ello, todo lo que salga de nuestra boca esté limpio de bloqueos, barreras y ambigüedades. También lo que llegue a nuestro oído se entienda como bienintencionado. Solo de este modo, afinando y limpiando nuestra pericia comunicativa, lograremos purificar el ciclo de la información y nos instalará en cada vez mejores momentos con los demás.