Estos días estoy participando en La Rábida (Huelva) en uno de esos Cursos de Verano que permiten reflexionar de una forma veraniega, valga la redundancia, en algunos aspectos de la gestión que, de ser en otra circunstancia, no sería posible. Y me han pedido amablemente, ante mi poca afinidad con el tema principal del curso, que reflexione, para complementar este, sobre la evolución de las preguntas socráticas en la historia de los hombres. Quiero compartir en este blog cuáles, desde mi reflexión, han sido esas cinco preguntas que siguen espoleando al ser humano y siguen moviendo al mundo.

La cuestión eterna, angustiosa, definitiva, del ser humano es ¿quién soy yo? Sobre ella gravita toda la vida, el pensamiento, la ciencia, la religión… Y sobre ella, también, inconscientemente a veces, el hombre ama y odia, hace y piensa, camina y se detiene. A dicha cuestión capital quiero añadir, como guía clasificatoria, otras preguntas que, hoy, nos pueden ayudar a identificar cómo preguntar adecuadamente y cómo evitar problemas al identificar preguntas mal formuladas. Estas son las que podríamos definir como ‘las cinco preguntas’ de la historia, a juzgar por su constante iteración en las más diversas circunstancias y por su trascendencia ante las respuestas que suscitan.

1. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano? (Gn 4,9). La pregunta de la culpa.

blog1Esta pregunta que hace Caín a Dios es una respuesta insolente en forma de pregunta cuándo Yahvé le inquiere acerca de Abel, a quien Caín ha asesinado momentos antes. Esta pregunta, además, lleva implícita una mentira. Nos encontramos ante la pregunta del que quiere escamotear su responsabilidad, del que arrastra una doble intención: ¿Soy acaso yo…? es la pregunta que hace el que quiere protegerse. Esta también es la pregunta del sabihondo -no confundir con el sabio-, del soberbio, de aquel que solo quiere mostrar lo que sabe y ocultar, por miedo o por vergüenza, aquello que no sabe.

Una pregunta ‘misil’ como esta, que no nace del corazón, que no es, como digo en ocasiones, ‘bienintencionada’, es susceptible de convertirse en afirmación, en enunciado que revela la verdadera intención del que pregunta. En este caso, si volteamos la pregunta de Caín, su resultado es un ‘a mí que me cuentas’, un ‘déjame en paz’, un ‘qué sabrás tú’.

2. ¿Es cierto?, ¿es bueno?, ¿es provechoso? (Sócrates). La pregunta de la verdad.

Cuenta la leyenda que alguien se acercó a Sócrates con comentarios negativos de un ciudadano ateniense. Sócrates le paró en seco y le pidió: «Antes de que me digas lo que te han contado, permite que te haga la prueba de las tres preguntas.»

Su amigo aceptó. Sócrates le preguntó: «¿Estás seguro de que lo que me vas a contar es cierto?» Su amigo reconoció que no; que se trataba de un rumor que acababan de contárselo. El maestro prosiguió: «Lo que vas a decirme de Fulano, ¿es bueno?» Su amigo, de nuevo, respondió que no.

-Me quieres contar algo malo de Fulano incluso no estando seguro de si es cierto, ¿es así? – Replicó Sócrates. El hombre, avergonzado, asintió.

Finalmente, lo que vas a contarme de Fulano, ¿será provechoso para alguien? – No, realmente no, dijo su amigo.

blog3Y seguidamente añadió nuestro gran filósofo: –Quieres contarme algo que no estás seguro de que sea cierto, que no es bueno y ni siquiera es provechoso, ¿por qué entonces hablar de ello? Vete de aquí con tus infundios y bulos.

Seguro que no hacen falta más explicaciones, ¿verdad? La prueba ética, el triple filtro heredado de Sócrates, es una pregunta -triple- que viene de cara, una pregunta que nos obliga (ob-liga, nos ata, nos une irremisiblemente) a buscar una respuesta si no queremos empobrecer nuestra vida con la maledicencia y la murmuración.

3. ¿Y qué es la verdad? (PIlato). La pregunta del escepticismo.

Juan narra minuciosamente en su Evangelio (Jn 18:38) el interrogatorio de Pilato a Cristo en el pretorio. Ante la declaración de Jesús: «Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz», en el momento central, el prefecto pregunta «¿Que es la verdad?». Pregunta retórica, irónica, del que viene de vuelta, del buscador de la verdad al que la vida ha devuelto al escepticismo.

blog2‘Qué es la verdad’ es encogerse de hombros ante la inmensa realidad que se nos presenta delante, lavarse las manos ante la justicia. Al vivir en un mundo de mentiras, no estamos dispuestos a arriesgar nuestro estatus y nuestro prestigio por la defensa de la verdad. Responder con una pregunta, de nuevo aquí, no intenta culpabilizar como Caín, sino autojustificar.

La falta de escrúpulos en todos los rincones de la vida pública, en la vida empresarial, política… y -por supuesto- en la privada, tiene como raíz esta pregunta justificativa, en forma de expresiones como: «Todo el mundo lo hace», «todos se comportan así», «la gente obra de este modo…» Ese ‘¿qué es la verdad?’ no es más que el gesto de tirar la toalla ante el hecho de elevarse sobre uno mismo y luchar por hacer lo que se debe, sin lavarse las manos ante lo que nuestra decisión lleva aparejada.

4 .¿Qué hemos hecho? La pregunta de la conciencia. 

blog4Esta frase fue pronunciada por Robert Lewis, copiloto y uno de los doce miembros de la tripulación del Enola Gay el 6 de agosto de 1945. No está muy claro el origen de estas palabras, si bien nos encontramos ante la pregunta que uno se hace a sí mismo. La pregunta de la conciencia que anida en el corazón de cada persona y que le hace darse de bruces con la realidad.

Precisamente preguntarse a uno mismo adecuadamente es una de las premisas para analizar el estado de bienestar y de salud mental de un individuo. Aun habiendo causado un mal, la voz de la conciencia apela a nuestro corazón y nos hace más humanos.

5 .¿Y por qué no? La pregunta de la voluntad.

blog5Esta pregunta, tan ingenua aparentemente, encierra un secreto. Se trata de un resorte que puede ver la realidad desde otra perspectiva. Esta es la pregunta que todos hombre se ha formulado al menos una vez en su vida, la pregunta que le ha hecho adentrarse en caminos nuevos que, hasta entonces, le estaban vedados. Al ‘¿por qué no?’ del niño que hace una pregunta a sus mayores, que pide una explicación ante una prohibición, le supera este ‘por qué no’ valiente de quien es capaz de dudar de sus propias seguridades.

Porque dudar, a veces, es bueno. Todo depende de lo que se dude.